UNIVERSIDAD INTERNACIONAL DE ANDALUCÍA
SEDE SANTA MARIA DE LA RÁBIDA







Lo que hay de cultura política en el

Una mirada en las elecciones nacionales

comportamiento de los electores

brasileñas y españolas (2002 y 2004)







Erivelto de Sousa

  


Fortaleza (CE), Brasil, enero 2006.





Presentación


I.  Resumen explicativo

II. Introducción
    II.1. El ámbito da la política

III. Contenidos y planteamientos de los textos

     III.1. El príncipe mediático, de Gabriel Colomé.
     III.2. La cultura política (Almond y Verba).
     III.3. Participación política, grupos y movimientos (Gianfraco Pasquino).
     III.4. ¿Individuos o sistemas? Las razones de la abstención en Europa Occidental (Eva Anduiza Perea).
     III.5. Guerra, terrorismo y elecciones: incidencia electoral de los atentados islamitas en Madrid (Narciso Michavila) y Las elecciones autonómicas andaluzas del 14 de marzo del 2004: las bases sociales y políticas del comportamiento electoral de los andaluces Juan Montabes y Carmen Ortega).

IV. Reflexiones conclusivas

V. Referencias bibliográficas


I. Resumen explicativo

El presente trabajo tiene por objetivo hacer análisis del libro “El príncipe mediático”, de Gabriel Colomé, y de los siguientes textos: La cultura política (Almond y Verba); Participación política, grupos y movimientos (Gianfraco Pasquino); ¿Individuos o sistemas? Las razones de la abstención en Europa Occidental (Eva Anduiza Perea); y Guerra, terrorismo y elecciones: incidencia electoral de los atentados islamitas en Madrid (Narciso Michavila), añadiéndole el estudio de Juan Montabes y Carmen Ortega sobre las elecciones autónomas andaluzas del 14 de marzo del 2004. Pero, por lo universo que abarca el trabajo, tuvo que correr otros escritos, como los textos de Margaret Somers, María Luz Morán y Eva Anduiza y Agustí Bosch (el libro Comportamiento político y electoral). De eso modo, en el análisis del comportamiento político en las diversas situaciones presentes en los escritos, intentamos mostrar las distintas aproximaciones teóricas al concepto de cultura política, formuladas desde algunas de las tendencias o tradiciones de análisis del fenómeno que se han ido configurando en las ciencias sociales. Tradicionalmente, se ha entendido la cultura política como de fundamental importancia para la ciencia política actual, puesto que es a partir del conocimiento de los valores, creencias, convicciones y conductas de los ciudadanos en una sociedad determinada que se puede comprender e incidir en la posibilidad de construir y garantizar la solidez y permanencia de un sistema democrático. Trataremos de señalar asimismo algunos de los problemas y dificultades que implican los usos actuales del concepto desde el punto de vista teórico y metodológico y las posibilidades y retos que tal situación plantea a los investigadores del tema.

II. Introducción

La cultura política, a pesar de tan antigua como la reflexión misma sobre la vida política de una comunidad, su concepto propiamente dicho sólo fue acuñada por la ciencia política norteamericana a mediados de los años cincuenta del pasado siglo. Y, en el principio, en cierta medida, funcionó como alternativa al concepto de ideología dominante de la escuela marxista. Pero, entiendo que, hoy, para referirse a lo que llamamos cultura política, se ha hablado de diversos otros factores, como personalidad, temperamento, costumbres, carácter nacional o conciencia colectiva, abarcando siempre las dicotómicas dimensiones subjetivas de los fenómenos de sociales y políticos. De hecho, es indudable -la literatura registra- que desde el principio ha existido una preocupación por comprender de qué forma la población organiza y procesa sus creencias, imágenes y percepciones sobre su entorno político y de qué manera éstas influyen tanto en la construcción de las instituciones y organizaciones políticas de una sociedad como en el mantenimiento de las mismas y los procesos de cambio.

Creo, de todo modo, que para contar con instituciones democráticas fuertes es indispensable la existencia de una cultura política democrática arraigada en el seno de la población. Toda sociedad construye una forma de representarse al mundo y de explicarse los distintos fenómenos tanto naturales como aquéllos en los que interviene el hombre. La cultura es, por lo tanto, el conjunto de símbolos, normas, creencias, ideales, costumbres, mitos y rituales que se transmite de generación en generación, otorgando identidad a los miembros de una comunidad y que orienta o da significado a sus distintos quehaceres sociales. La cultura da consistencia a una sociedad en la medida en que en ella se hallan condensadas herencias, imágenes compartidas y experiencias colectivas que dan a la población su sentido de pertenencia, pues es a través de ella que se reconoce a sí misma en lo que le es propio.

II.1. El ámbito de la política

La política ha sido definida como el ámbito de la sociedad relativo a la organización del poder. Consecuentemente, es el espacio donde se procesa la toma de decisiones que tienen importancia social, o sea, es donde se determina cómo se distribuyen los bienes de una sociedad, cuanto al que le toca a cada quién, cómo y cuándo. En eso contexto, la cultura política se concretiza a través de los valores, concepciones y actitudes que se orientan hacia el ámbito específicamente político, es decir, representa el conjunto de elementos que configuran la percepción subjetiva que tiene una población respecto del poder. Por lo tanto, la cultura política de una nación es la distribución particular de estándares de orientación psicológica hacia un conjunto específico de objetos sociales, o los propiamente políticos, entre los miembros de dicha nación.

Almond y Verba, del otro lado, aunque por lo mismo camino, destacan que cuando hablan de cultura política de una sociedad, quieren referirse al sistema político que informa los conocimientos, sentimientos y valoraciones de su población. La cultura política de una nación consiste, por tanto, en la particular distribución entre sus miembros de las pautas de orientación hacia los objetos políticos. Es decir, la cultura política es el sistema político internalizado en creencias, concepciones, sentimientos y evaluaciones por una población, o por la mayoría de ella. Así, la gran pregunta sobre la cultura política busca indagar cómo percibe una población el universo de relaciones que tienen que ver con el ejercicio del mandato y la obediencia, y cómo las asume, qué tipo de actitudes, reacciones y expectativas provoca, y de qué manera éstas tienen un impacto sobre el universo político.

La cultura política tiene, por tanto, la forma de una especie de código subjetivo que abarca desde las creencias, convicciones y concepciones sobre la situación de la vida política hasta los valores relativos a los fines deseables de la misma, y las inclinaciones y actitudes hacia el sistema político, o alguno de sus actores, procesos o fenómenos políticos específicos. En última instancia, el referente central de la cultura política es el conjunto de relaciones de dominación y de sujeción, esto es, las relaciones de poder y de autoridad que son los ejes alrededor de los cuales se estructura la vida política.

III. Contenidos y planteamientos de los textos

III.1. El príncipe mediático, de Gabriel Colomé: El autor destaca en su texto, que aborda diversos puntos clave de la política, la relevante cuestión de la modernidad que hoy vivenciamos y la que también es causa de conflictos de la propia democracia, de la cultura política cambiante y del nacionalismo. Colomé lanza sus retos cuando habla de la revisión del papel de los partidos políticos en una “sociedad cada día más avanzada tecnológicamente, pasando, sin duda, por la renovación del instrumento que fue pensado en el siglo XIX como una organización democrática que, en la actualidad, ha de variar sus objetivos internos como organización política”. A la luz de la postmodernidad, el autor analiza, además de los partidos y su relación con la sociedad y los movimientos sociales, cuestiones como campañas y elecciones (relaciones directas y democracia electrónica), encuestas, el papel del líder político y la fuerza inductora de las nuevas tecnologías de la comunicación.

El ingreso en el nuevo siglo Innegablemente trae nuevas dimensiones del universo de la política que aun deben ser contempladas. Por ejemplo, el desafío postmoderno de la nación-estado de como organizar los diferentes niveles de la ciudadanía frente a cuestiones incontrolables como la regionalización y mundialización (visto como concepto de globalidad[1]). De hecho, la actualidad ha reflejado más fuertemente los fenómenos de regionalización y mundialización, abierto con el proceso de industrialización en el mundo. Tal situación pone en tela de juicio el concepto mismo de estado-nación, fundamento de las relaciones internacionales y principal marco de existencia y ejercicio de la soberanía y de la democracia de las comunidades humanas contemporáneas.  Y entiendo que esta realidad debe influir, como de hecho ha influido la sociedad industrial, en los debates y aportes teóricos que se ha de producir.

Si el proceso de industrialización trajo profundos cambios sociales y culturales y erosionó muchas fronteras, la globalidad produce una erosión más amplia (o general) e implica interdependencias. Bertrand Badie (1995) afirma que la mundialización no es como suele decirse un fenómeno principalmente económico. El origen de la mundialización es una importantísima revolución tecnológica, que implica la abolición de la distancia gracias a los avances en materia de comunicaciones. Esto ha tenido un gran efecto en el ámbito político ya que la distancia ha dejado de ser, como lo había sido durante siglos, un recurso del gobierno. La proliferación de las relaciones transnacionales, que se establecen entre individuos más allá de las fronteras y por encima del control de los estados, ya estable contorno palpables hoy en día. Por ello, se está produciendo un despliegue de las funciones del estado nación: su nueva perspectiva política es gobernar en un sistema en el que la comunicación se le escapa y en el que debe llevar a cabo la regulación de esta multiplicación de las relaciones internacionales (y nacionales).

La era industrial evolucionó de la lógica de producción maltusiana agraria y creó una sociedad industrial dependiente del mundo del cognoscitivo. Ahora, el mundo de la ciencia y tecnología genera una revolución técnica a través de la comunicación, creando una comunidad virtual en los territorios nacionales, que no genera demandas, mas produce conflictos. Todos los agentes potenciales, empezando por los agentes económicos, se han aprovechado de la mundialización. Esta capacidad de los individuos de invertir y realizar intercambios directamente fuera del control del estado ha provocado un brote de neoliberalismo (Badie, 1995). Proyectar las consecuencias de este nuevo mundo en el Estado-nación (y en la democracia) es un ejercicio prospectivo interesante. Hay condiciones para que ocurra el fortalecimiento de los Estados (y de los procesos y relaciones democráticas).

Con el progreso tecnológico, el estado refuerza también sus medios de acción, coerción y comunicación. Pero, habrá efectos colaterales. De la misma forma que la Unión Europea implicó la pierda de algunos lastres de soberanía, la profunda transformación que adhibiría traería eso efecto colateral. Otro efecto colateral sería, como he dicho arriba, hallar una nueva forma organizar los diferentes niveles de los procesos y relaciones democráticas y de la ciudadanía. Si la ciudadanía confirió a la comunidad política foros de comunidad deliberativa, y eso fue importante para la consolidación de la democracia, hoy, lo que se percibe, es que las comunidades políticas nacionales son cada vez menos deliberativas. Muchas de las decisiones importantes ya no se sitúan a escala de las comunidades políticas nacionales. Algunas de ellas se toman ya a escala de la Unión Europea, o incluso a escala mundial. Quizás el nuevo espacio pueda seguir el ejemplo de la ciudadanía española, la que actúa como comunidad deliberativa en los ámbitos regional e internacional.

Es siguiendo eso mismo principio que Colomé lanza sus retos cuando habla de la revisión del papel de los partidos políticos en una “sociedad cada día más avanzada tecnológicamente, pasando, sin duda, por la renovación del instrumento que fue pensado en el siglo XIX como una organización democrática que, en la actualidad, ha de variar sus objetivos internos como organización política”. A la luz de la postmodernidad, el autor analiza, además de los partidos y su relación con la sociedad y los movimientos sociales, cuestiones como campañas y elecciones (relaciones directas y democracia electrónica), encuestas, el papel del líder político y la fuerza inductora de las nuevas tecnologías de la comunicación.

Pese a que los planteamientos del autor sean en la misma medida los desafíos traídos a tiracol por la postmodernidad, no hay perceptible en el libro un compromiso mayor en profundizar el abordaje de los conflictos a la luz de las contestaciones que hoy ya son puestas en el mundo. Como ha aportado Almond y Verba, en un estudio sobre la cultura política de la democracia y las estructuras sociales que la sostienen, el cambio de cultura ha adquirido un nuevo significado en la historia del mundo. “El problema central de la ciencia política consiste en saber cuál será el contenido de esta nueva cultura mundial”. Este es el reto global del conflicto, que mismo agudizado en la actualidad, no es de todo nuevo, puesto que vivió sus primeros momentos con la sociedad industrial.

El profesor de política y sociología de la Open University, David Held (1997) habla de una democracia que denomina cosmopolita, cuando manifiesta su preocupación por el impacto de la globalización en el pensamiento, la forma y funcionamiento de las democracias modernas. “No cabe duda que el complejo proceso de globalización en sus diferentes manifestaciones y en su carácter multifacético - que no se debe simplemente al resultado de la expansión acelerada de las actividades económicas, comunicacionales y tecnológicas, sino también a las interconexiones e interrelaciones políticas, sociales y culturales que se dan dentro y entre Estados-naciones, y entre actores y fuerzas internacionales y transnacionales- tiene un impacto significativo sobre la teoría y la práctica de la democracia de los países desarrollados y subdesarrollados. Este impacto es desigual, ambiguo y paradójico con efectos tanto homogenizadores y productivos como distorsionadores y conflictivos”.

En efecto, Held argumenta que en eso proceso es esencial reconocer, al menos, tres elementos de la globalización (entendida aquí como ideología): "En primer lugar, que los procesos de interconexión económica, política, legal, militar y cultural están transformando la naturaleza, el alcance y la capacidad del Estado moderno, desafiando o directamente reduciendo sus facultades "regulatorias" en ciertas esferas; en segundo lugar, que la interconexión regional y global crea cadenas de decisiones y consecuencias políticas entrelazadas entre los Estados y sus ciudadanos que alteran la naturaleza y la dinámica de los propios sistemas políticos nacionales; y tercero, que las identidades políticas y culturales se remodelan y reavivan al calor de estos procesos, lo cual anima a muchos grupos, movimientos y nacionalismos locales y regionales a cuestionar el Estado-nación como sistema de poder representativo y responsable" (Held 1997: 169-70).

En su análisis sobre los efectos del la mundialización, Held no asume una posición catastrófica como hacen algunos que igualmente analizan el tema. Brown (1988) llega a exagerar la erosión del poder del Estado-nación en la era actual, haciendo pensar incluso en su posible desaparición. Held toma las premisas y no sólo analiza y evalúa en qué medida tanto el Estado democrático moderno como el sistema interestatal han resultado afectados por las estructuras y fuerzas mundializantes, sino que propone repensar la democracia a la luz de la superposición de los procesos e interconexiones locales, nacionales, regionales y globales. Su idea es crear una nueva agenda para la teoría y la práctica democráticas, por las que aboga por una teoría en la que se ofrezcan explicaciones tanto del nuevo significado de la democracia dentro del sistema global, como del impacto del orden global en el desarrollo de las asociaciones, instituciones, actores e ideas democráticas (Held 1977:44).

El “achicamiento” del mundo susceptible a la "acción a distancia”, conforme Giddens (1990), es más que mera interdependencia. Lo que se produce es una profunda transformación en las formas de articulación internacional que, en un sentido estricto se refieren a procesos económicos, pero desde un punto de vista amplio aluden a todos los aspectos de la actividad social, tales como las comunicaciones, la ecología, el comercio, las regulaciones, ideologías, las relaciones políticas etc. Y los reflejos nacionales y/o regionales son igualmente profundos. Almond y Verba escriben que la tecnología y la ciencia occidentales, como de hecho, han dejado de ser patrimonio único del occidente y, “por todas partes, están destruyendo y transformando sociedades y culturas tradicionales”. Hemos sabido, por otra parte, que el proceso globalizante no es uniforme. En ello se puede observar tendencias tanto a la homogenización, como a la diferenciación. Se manifiesta pues en términos contradictorios y paradójicos porque incluye procesos integradores y fragmentadores, globalizadores y localizadores. Asimismo, es desigual en cuanto a su intensidad y a su alcance geográfico (Cardozo de Da Silva 1989:5).

De hecho, el siglo veintiuno trajo lo que parece un enfoque casi obsesivo en los estudios de la cultura sobre el punto de vista del binomio de lo local y lo global. Es casi una contestación a la “invasión” globalizante. Sin duda, hay manifestaciones literarias de un creciente interés por un lado en lo internacional (o transnacional), y por otro en las minucias de lo local, lo cual ha resultado en el alejamiento consecuente (y correspondiente) de lo nacional. Para vencer los paradójicos y contradicciones de las consecuencias del capitalismo tardío en su completa caracterización ya no sirven solo los discursos nacionalistas o del racionalismo de la modernidad implicados en la construcción del estado-nación. Con frecuencia lo que surge son dos modelos polarizados: un ‘nuevo tradicionalismo’, o identidades basadas en raíces, o sea etnicidad, raza, comunidades lingüísticas, lo local etc. y el postmodernismo entendido como una pluralidad de culturas globalizadas.

III.2. La cultura política (Almond y Verba): Los dos autores desarrollan un interesante trabajo sobre la perspectiva de la cultura política de la democracia y las estructuras y procesos sociales que la sostienen en el nuevo mundo, “marcado por el progreso del conocimiento y control de la naturaleza, donde los cambios son constantes ocurren en ritmo acelerado, pasando de siglos a décadas”. En este escenario, el problema central de la ciencia política, segundo los dos literatos, consiste en saber cuál será el contenido de esta nueva cultura mundial. El concepto aquí considerado en el marco de la nueva cultura mundial, aunque sólo parcialmente determinada cuanto a su contenido contemporáneo, conforme Almond y Verba. En el mismo sentido, Margaret Somers[2] aborda el concepto rejuvenecido de cultura política, a partir de las aportaciones de Habermas, en las que identifica que “el concepto de cultura política se usa de una forma que no es ni política ni cultural”. A partir de tales conflictos, Almond y Verba realizan una intensa investigación, a través de encuesta, en cinco países: Estados Unidos, Gran Bretaña, Alemania Italia y México, en el objetivo de identificar la evolución de la cultura político en esos países y determinar en que nivel influyeron (o no) en la estabilidad (o inestabilidad) de la democracia.

El término cultura política ha pasado a formar parte del lenguaje cotidiano en las sociedades contemporáneas. En la prensa, en los medios electrónicos de comunicación y hasta en conversaciones informales, con frecuencia se hace referencia a la cultura política para explicar las actitudes, reacciones o incluso el comportamiento en general de una población. De esta manera, la cultura política es la cura para todos los malos. Cuando no se encuentran elementos que puedan explicar diferencias entre sociedades, suele recurrirse a la noción de cultura política. Pero, ¿lo qué significa realmente la cultura política?

En la literatura sobre la materia lo que se verifica es que el concepto de cultura política nació ligado al tema de la modernización, esto es, al problema de la transición de una sociedad tradicional a una moderna y al de los efectos que dicho proceso genera sobre las relaciones de poder. Las teorías de la modernización son, de hecho, los intentos más explícitos de definición del fenómeno de la cultura política, esto es, son las que mejor explican por qué y cómo se acuñó dicho concepto. La distinción entre tradición y modernidad ha sido crucial para el análisis de las culturas políticas de las naciones en proceso de desarrollo, que fueron esencialmente los casos que provocaron la construcción del enfoque sobre la cultura política.

De acuerdo con sus teóricos, la modernización arranca con la introducción de la tecnología al proceso productivo y va acompañada principalmente de movimientos de industrialización, urbanización y extensión del empleo de los medios de comunicación y de información, redundando en el aumento de las capacidades de una sociedad para aprovechar los recursos humanos y económicos con los que cuenta. La modernización transforma también los patrones tradicionales de identidad comunitaria y de integración social. La nueva distribución demográfica y la apertura del abanico social que originan los desarrollos industrial y urbano conllevan una quiebra de los principios, valores y normas tradicionales que antaño vinculaban a una población en lo social, lo cultural y lo político. Los viejos lazos étnicos, religiosos o de parentesco, propios de sociedades tradicionales, van perdiendo poco a poco sus facultades integradoras e identificadoras, exigiendo ser reemplazados. De tal suerte, las presiones de la modernización sobre los sistemas políticos no se limitan a reclamos de reivindicaciones materiales, sino que incluyen demandas relacionadas con conflictos normativos y valorativos.

Fue así en la formación de la sociedad industrial. En el inicio el industrialismo significó explosión demográfica, urbanización acelerada, migración laboral y, asimismo, penetración de una economía mundial y de un gobierno centralizador -penetración política y económica, por tanto- en unas comunidades hasta entonces más o menos introvertidas. Según Ernest Gellner (1988, pp 62-63), esto supone que el siquiera relativamente estable y aislado sistema babélico propio de las comunidades agrarias tradicionales –comunidades introvertidas, separadas entre sí horizontalmente por la geografía y verticalmente por enormes diferencias sociales- es reemplazado por una babel completamente nueva con unas también nuevas fronteras culturales que no son estables, sino que están en constante y dramático movimiento, y que además raramente consagra costumbre alguna. De esta manera, el reto planteado por el tránsito modernizador implica, además de la instauración de una nueva estructura política que absorba las demandas y expectativas que van floreciendo, proporcionar un código capaz de restituir la fuente de solidaridad resquebrajada. Se trata de construir una estructura política capaz de responder a las nuevas demandas de los actores sociales y un nuevo código moral y de representaciones válido para el conjunto de la sociedad.

Las sociedades más desarrolladas, que se habían modernizado de manera temprana, lograron superar los desajustes propios del proceso, sus esquemas políticos constituyeron el modelo para los países en vías de modernización. De acuerdo con los teóricos de la modernización, el sistema democrático representativo había probado ser el más apropiado para adaptar las sociedades industrializadas y urbanizadas a los cambios experimentados. Por su parte, las sociedades en proceso de modernización habían adoptado el modelo constitucional de la democracia liberal, reivindicada como universalmente válido, pero en la práctica se habían establecido como sistemas más o menos autoritarios. Parecía claro que no era suficiente que hubiera buenas constituciones para asegurar un gobierno democrático. ¿Qué impedía, entonces, que funcionaran las instituciones democráticas previstas por la ley?

El problema es que no basta la presencia de estructuras formales. El resultado no es alentador cuando no hay un comportamiento efectivo de las mismas. Es decir, los sistemas de gobierno han que contar con una cultura política adecuada, esto es, valores y símbolos referentes al campo de la política que estuvieran lo suficientemente socializados entre la población. Tras la idea de cultura política existe, pues, el supuesto implícito de que las sociedades necesitan de un consenso sobre valores y normas que respalde a sus instituciones políticas y que legitime sus procesos. Significa que el funcionamiento es una vía de doble mano. Para que funcione de manera permanente es necesario que se construya un patrón cultural identificado con los principios democráticos.

Debido a su inscripción en el enfoque conductista, el concepto de cultura política surgió vinculado más concretamente a la teoría empírica de la democracia. De hecho, el trabajo pionero de principios del decenio de 1960 en el que Almond y Verba desarrollaron una consistente teoría sobre la cultura política con base en un análisis comparado de datos empíricos, lleva por título The Civic Culture, que es el término con el que los autores identificaron a la cultura política de las democracias estables y efectivas. La existencia de una cultura cívica en una población dada se puede identificar a través de métodos empíricos (encuestas, sondeos, entrevistas) y se puede evaluar a través de indicadores sobre los valores, creencias y concepciones que comparte la mayoría de una población.[3]

Almond y Verba, en el desarrollo de su trabajo, además de identificar que la cultura política es un factor determinante del funcionamiento de las estructuras políticas, aportan la cultura política puede tener un mejor desempeño, desarrollándose mejor en una democracia liberal. Para tal efecto, vincularan las orientaciones hacia la política (relaciones y aspectos políticos que son internalizados) con lo que denominan los objetos políticos mismos (instituciones, actores y procedimientos políticos) hacia los que se dirigen dichas orientaciones. De esta manera, apuntan que hay tres grandes tipos de orientaciones: (1) la cognoscitiva, que se refiere a la información y el conocimiento que se tiene sobre el sistema político en su conjunto y sobre sus roles y sus actores en particular; (2) la afectiva, que se refiere a los sentimientos que se tienen respecto del sistema político y que pueden ser de apego o de rechazo; y (3) la evaluativa, que se refiere a los juicios y opiniones que la población tiene acerca del sistema político.

Hablan, en el estudio comparativo, de dos tipos de cultura política: (1) la cultura política de una nación, antes que de carácter nacional o personalidad formal, y de (2) socialización política, antes que de desarrollo o educación infantil en términos generales. Relacionan aun que hay cuatro objetos políticos hacia los que se dirigen estas orientaciones: a) el sistema político en general o en sus distintos componentes (gobierno, tribunales, legislaturas; partidos políticos, grupos de presión, etc.); b) objetivos políticos, que son los inputs; c) objetivos administrativos, que son los outputs; y d) uno mismo como objeto, lo que considera a sí mismo en cuanto miembro de su sistema político. Una cultura política será más o menos democrática en la medida en que los componentes cognoscitivos vayan sacando ventaja a los evaluativos y sobre todo a los afectivos. Así, en una sociedad democrática, las orientaciones y actitudes de la población hacia la política van dependiendo más del conocimiento que se adquiere sobre problemas y fenómenos políticos que de percepciones más o menos espontáneas, que se tienen a partir de impresiones y no de información sobre los mismos. De esta manera, una población que comparte la cultura política tiene actitudes propositivas y no únicamente reactivas frente al desempeño gubernamental.

La forma en que las tres dimensiones se combinan y el sentido en que inciden sobre los objetos políticos, constituyen la base sobre la que descansa la clasificación de las culturas políticas que elaboraron Almond y Verba, que sigue siendo el referente básico para la caracterización de las culturas políticas. Los autores distinguen tres tipos puros de cultura política:

(1) la cultura política parroquial, en la que los individuos están vagamente conscientes de la existencia del gobierno central y no se conciben como capacitados para incidir en el desarrollo de la vida política. Esta cultura política se identifica con sociedades tradicionales donde todavía no se ha dado una cabal integración nacional;
(2)  la cultura política súbdito o dicha subordinada, en la que los ciudadanos están conscientes del sistema político nacional, pero se consideran a sí mismos subordinados del gobierno más que participantes del proceso político y, por tanto, solamente se involucran con los productos del sistema (las medidas y políticas del gobierno) y no con la formulación y estructuración de las decisiones y las políticas públicas; y
(3)   la cultura política participativa, en la que los ciudadanos tienen conciencia del sistema político nacional y están interesados en la forma como opera. En ella, consideran que pueden contribuir con el sistema y que tienen capacidad para influir en la formulación de las políticas públicas.

Almond y Verba llegan a la conclusión de que una democracia estable se logra en sociedades donde existe esencialmente una cultura política participativa, pero que está complementada y equilibrada por la supervivencia de los otros dos tipos de cultura. Vale decir, por ello, que es una cultura mixta a la que llaman cultura cívica y que está concebida en forma ideal. La cultura cívica combina aspectos modernos con visiones tradicionales y concibe al ciudadano lo suficientemente activo en política como para poder expresar sus preferencias frente al gobierno, sin que esto lo lleve a rechazar las decisiones tomadas por la élite política, es decir, a obstaculizar el desempeño gubernamental. Significa entonces, que la cultura cívica es una cultura política que concibe al gobierno democrático como aquél en el que pesan las demandas de la población, pero que también debe garantizar el ejercicio pacífico y estable del poder, vale decir, su funcionamiento efectivo o gobernabilidad.

Para Almond y Verba es claro que los países-modelo en cuanto al desarrollo alcanzado por la "civic culture" son Inglaterra y Estados Unidos, Suiza y los países escandinavos. La participación política en estos países se desarrolla como un conjunto de actitudes específicas con respecto a las estructuras políticas de insumo (partidos y grupos de intereses) y al papel que pueden desempeñar los individuos en esas estructuras. En tal caso, el individuo ha alcanzado un nivel de secularización cultural (o especificidad), con el cual están familiarizados aquellos que viven en el sistema democrático. Claro está que aún en los sistemas políticos más modernos y secularizados existen individuos que nunca han alcanzado ese nivel de orientación. Sin embargo, en naciones como Inglaterra, los países escandinavos, Estados Unidos y Suiza, una proporción muy grande de la población ha alcanzado ese nivel. A medida que se extiende la alfabetización es probable que se desarrolle también una creciente especificidad de orientación".

Vale señalar también, hasta para variar el eurocentrismo de Almond y Verba, estudios de los científicos sociales que han contribuido a la reflexión sobre la cultura política en América Latina, como Norbert Lechner[4], que alude la idea de "subjetividad" al mundo cultural y valorativo de los sujetos participantes en la vida política. Varios de estos análisis subrayan la pertinencia de una mirada que muestre cómo en la organización de la vida cotidiana de la gente (en el hogar, la relación de pareja, el funcionamiento interno de la familia) se construyen día a día modelos de orden, actitudes en torno al ejercicio de la autoridad y a la relación con el poder, formas de obediencia social o de distanciamiento crítico con el poder y con lo establecido.

No hay, con todo, como dudar que el modelo de Almond y Verba siga siendo el esfuerzo teórico más acabado y el marco de referencia obligatorio. Pero, algunos reparos han sido colocados, de los cuales los más persistentes son la poca atención a la subjetividad, al marcado eurocentrismo, a las subculturas y a la cultura política de la élite gobernante. No se puede también olvidar que la cultura cívica fomenta la estabilidad política en general y no sólo la de la democracia en particular, por cuanto una población con una cultura moderada y equilibrada es una palanca estabilizadora porque sirve para legitimar al sistema al tiempo que asegura su gobernabilidad.

III.3. Participación política, grupos y movimientos (Gianfraco Pasquino): El autor emprende una aproximación de la participación política, en la que la considera como “algo esencial para la comprensión de la política en la época de las masas y como particularmente difícil y complejo por la multidimensionalidad del fenómeno y por sus ramificaciones”. Desarrolla su trabajo en el marco de la definición de participación política como el “conjunto de actos y actitudes dirigidos a influir de forma más o menos directa y más o menos legal en las decisiones de los detentadores del poder en el sistema político o en cada una de las organizaciones políticas así como en su misma selección con vistas a conservar o modificar la estructura (y por lo tanto, los valores) del sistema de intereses dominante”. De eso modo, identifica esa modalidad de participación visible que se expresa en comportamientos,  señalando también, sin embargo, que algunos autores han manifestado que, sobre todo en los regímenes democráticos, la participación invisible puede tener también su propia influencia (en términos de las llamadas reacciones previstas). Al respecto de la participación política, Anduiza y Agustí Bosch[5] escriben que en lo concepto de comportamiento político ha corrido un proceso de transformación, “segundo el cual este comportamiento es cada vez más individualizado y complejo. De cualquier modo, las maneras como se seleccionan los que van a decidir y como se influye sobre las decisiones difieren considerablemente, según los sistemas y las organizaciones políticas.

No se puede dejar de tener en cuenta que la cultura política se diferencia de otros conceptos igualmente referidos a elementos subjetivos que guían la interacción de los actores sociales en el campo de las relaciones de poder por su alcance y perdurabilidad. Por ejemplo, el concepto de cultura política se diferencia del concepto de ideología política, principalmente porque éste se refiere a una formulación esencialmente doctrinaria e internamente consistente que grupos más o menos pequeños de militantes o seguidores abrazan o adoptan y hasta promueven concientemente (ideologías: liberal, fascista, conservadora, globalización etc.). La ideología política se refiere más a un sector acotado y diferenciado de la población que a ésta en su conjunto, como lo hace la cultura política, que tiene una pretensión general y nacional. Es así que se habla, por ejemplo, de la cultura política del brasileño, del español, del norteamericano, del mexicano… aunque se reconozca como importantes las subculturas que conviven dentro de la gran cultura Política.

Conforme ensañan los autores, la cultura política alude a pautas consolidadas, arraigadas, menos expuestas a coyunturas y movimientos específicos por los que atraviesa regularmente una sociedad. Ya la actitud política -que también es una variable intermedia entre una opinión (comportamiento verbal) y una conducta (comportamiento activo)-  es una respuesta a una situación dada. Es decir, la actitud política es una disposición mental, una inclinación, organizada en función de asuntos políticos particulares que cambian a menudo. Las actitudes políticas son, por lo tanto, un componente de la cultura política, pero ésta no se reduce a aquéllas.

Aunque en el libro Comportamiento político y electoral (Anduiza y Bosch, 2004) no aborde de forma muy clara la diferencia que también se pronuncia entre cultura política y comportamiento político, ya que no es foco del estudio, a través de otros literatos, se puede establecer que la diferencia descansa en el hecho de que el comportamiento político se refiere a la conducta objetiva que de alguna manera es expresión de la cultura política. Del otro lado, la cultura política, dado que expresa un concepto psicológico, es un componente básico del juego político porque filtra percepciones, determina actitudes e influye en las modalidades de la actuación o el comportamiento políticos.

Pasquino ha dicho que la actividad política se caracteriza por relaciones que se producen de formas, modos, con frecuencias e intensidades distintas entre individuos, grupos, asociaciones e instituciones. Estas relaciones se clasifican y analizan fundamentalmente dentro de la categoría de participación política. El individuo político quiere ser antes que nada un sujeto activo de la política, un miembro de la sociedad con capacidad para nombrar a sus representantes y a sus gobernantes; pero también quiere organizarse en defensa de sus derechos, para ser escuchado por el gobierno y, en fin, para influir en los rumbos y direcciones de la vida política en el sentido más amplio. De ahí que una premisa básica de los valores y actitudes democráticas sea la participación voluntaria de los miembros de una población. La participación incrementa el potencial democrático de una nación justamente porque aumenta el compromiso ciudadano con valores democráticos tales como la idea de una sociedad atenta y vigilante de los actos del gobierno e interesada en hacerse oír por éste.

De cualquier modo, las maneras como se seleccionan los que van a decidir y como se influye sobre las decisiones difieren considerablemente, según los sistemas y las organizaciones políticas, según señala Pasquino. Las sociedades democráticas modernas se caracterizan por la gran cantidad de organizaciones y asociaciones que se forman y a las que se incorporan los ciudadanos para promover los más diversos ideales y demandas sociales (asociaciones en defensa de los derechos humanos, de combate a la pobreza y al hambre, organizaciones y movimientos feministas, ecológicos, pacifistas etc.). En los últimos años este activismo de la sociedad se ha reflejado en la proliferación de los llamados organismos no gubernamentales (ONGs), cuyo rasgo distintivo es justamente su celo por mantenerse independientes de todo tipo de injerencia de los gobiernos o instituciones estatales.
La participación política es un fenómeno complejo que tiene raíces fincadas en el pasado remoto y en el presente, o sea existe desde cuando se habla de política como actividad en comunidades organizadas, pero en el presente se concretiza cuando está estrechamente relacionado, en su sentido fuerte, a significativos cambios socio-económicos y de la naturaleza de las comunidades políticas. En el marco de la cultura política, la participación política se concretiza en mayor proporción en una cultura política secularizada, es decir, implica el paso de una concepción de la sociedad basada en la asignación arbitraria del trabajo y las recompensas, a una centrada en el postulado de la existencia de opciones que se le presentan al individuo para que él haga su selección, o aun en función de metas y valores compartidos específicamente políticos.

Pasquino aborda la cuestión de la participación política revelando toda su paradójica, ora actuando como reguladora y legitimadora de la democracia, ora como -a través de los episodios de comportamiento colectivo- primer estadio de cambios sociales. Escribe de forma didáctica, profunda, abarcando todos los enfoques y teorías, sobre la materia, hablando de los umbrales, de las modalidades, (movilización social, grupos de presión, participación electoral etc.), no olvidando las consecuencias y hasta las nuevas instancias. Es necesario, con todo, entender que la participación política también implica en una cultura de pluralidad, que haga referencia a un patrón de valores y orientaciones que tienen como punto de partida la existencia de la diversidad en su proyección sobre el mundo político y las relaciones de poder. El principio de pluralidad no se reduce a una noción cuantitativa, de sentido numérico, sino que implica el reconocimiento genuino del otro y de su derecho a ser diferente, a militar en un partido distinto, es decir, a ser visto no como enemigo al que hay que eliminar, sino como adversario, con el que hay que pelear, pero con quien se pueden confrontar ideas y debatir con base en argumentos diferentes.
La pluralidad significa, entre otras cosas, una premisa básica de una cultura democrática que debe siempre estar acompañada de la noción de competencia. Mejor diciendo, la pluralidad entendida como en la poliarquía, de Robert Dahl, que presupone la política como un espacio para airear y dirimir diferencias y que tiene como ancla indispensable el sometimiento con periodicidad definida de la competencia entre distintos aspirantes y proyectos políticos para evitar abusos en el ejercicio del poder. Es la idea de poliarquía, con la que Robert Dahl ha identificado a la democracia liberal.[6]

III.4. ¿Individuos o sistemas? Las razones de la abstención en Europa Occidental (Eva Anduiza Perea): El desarrollo creciente de la democracia en el mundo tiene dejado algunos trazos que precisan ser entendidos, esencialmente cuado se toma como parámetro modelos como los de los Estados Unidos y del Reino Unido de Gran Bretaña. Los modelos de democracia implantados en los dos países guardan más semejanzas que diferencias, pesa a que asentadas en sistemas representativos diferentes: República presidencialista bicameral simétrica y monarquía parlamentaria asimétrica. Hay, entre tanto, un trazo importante común entre los dos: las raíces culturales. En tal situación y tiendo en vista otros modelos de democracia, incluso las nuevas, que se han explayado por el mundo, el estudio de Anduiza destaca el comportamiento electoral, como un tipo especial de comportamiento político, analizando detalladamente la explicación del voto y de la abstención. Intenta, por ejemplo, dar cuente de las razones por las cuales los votantes eligen un partido y no a otro. Sostiene explicaciones que hacen referencia a factores como la posición social, los valores y actitudes.

Por su naturaleza compleja y cambiante, la abstención es uno de los fenómenos políticos más difíciles de analizar e interpretar. A ello contribuye una interminable serie de dificultades y razones técnicas a las que hay que añadir la permanente polémica que en todo el mundo se produce en torno al alcance y significado político de la abstención. En efecto, el tema del abstencionismo es uno de los más complejos y menos estudiados en materia electoral en el mundo. No hay establecida una tipología universalmente aceptada del abstencionista, y los análisis concernientes al caso se limitan a intentar sacar conclusiones generales con base en la evidencia empírica que aporta el estudio de estadísticas, encuestas, exámenes comparados y observaciones sobre resultados electorales en naciones determinadas y tiempos específicos.

Anduiza Perea ha dicho que las explicaciones del abstencionismo se han dado dentro de dos marcos diferentes. El primer se ha centrado en el examen de diferentes características que aparecen asociadas con ele abstencionismo tanto en lo relativo a los electores, como a las elecciones y los sistemas políticos. “Esta perspectiva inductiva ha producido una cuantidad considerable de investigación empírica, pero desde la década de los años 50 la base teórica de los factores individuales que influyen en la abstención ha permanecido relativamente intacta, mientras algunas cuestiones relacionadas con la influencia de las variables sistémicas siguen estando pocos claras”. La segunda aproximación fundamental al estudio de la abstención electoral esta basada en teorías de la elección racional. En este caso la situación se invierte, ya que si bien estos trabajos se basan en modelos teóricos sólidos y sumamente formalizados, la confrontación con la realidad ha producido resultados sorprendentes e inesperados, en los que la observación empírica contradice en gran medida las predicciones que se desprenden del marco teórico de la elección racional.

La participación electoral debe ser una preocupación fundamental de los regímenes democráticos. La competencia justa y libre en elecciones multipartidistas se ha convertido en el aspecto fundamental a observar en los últimos años. Los dichos países de democratización reciente deben asumir como verdadero que la caída en la participación electoral es un síntoma de decadencia de una sociedad democrática, aunque la baja participación electoral puede no ser un problema para la estabilidad de un sistema político democrático. Dos de los estados que ejercitan democracias más sólidas, como Estados y Suiza, presentan niveles extremamente bajos de comparecencia ante las urnas. De este modo, la indiferencia elitista hacía el fenómeno abstencionista como problema puede ser cuestionada tiendo en vista tres puntos: (1) no hay evidencia sólida que vincule una participación electoral alta con la inestabilidad política y ni siquiera con la violencia política[7]; (2) altos niveles de abstención pueden generar un problema de legitimidad, puesto que revelan que sólo un porcentaje limitado del electorado toma realmente parte en el proceso que representa la esencia de la democracia – elecciones libres y competitivas-; y (3) la baja participación puede también producir un problema de desigualdad política se la población votante no es representativa del electorado.

Por lo tanto, el abstencionismo debe ser enfrentado, En primer lugar, debemos enfrentar el hecho de que no todos los ciudadanos inscritos en el padrón votan, por lo que deben existir una o varias razones para ello. Votar no es una actividad sin costo; su costo es mínimo, pero lo tiene, por ejemplo, el tiempo y el esfuerzo de ubicar e ir a la casilla el día de la elección, o los costos para allegarse la información mínima que permita distinguir entre los candidatos. En segundo lugar, debemos preguntarnos cuáles son los beneficios que se obtienen por votar. Sin embargo, no sólo cuestiones instrumentales o asuntos de costos relativos o de apatía pueden explicar las razones del abstencionismo. El fenómeno, conforme Anduiza Perea, requiere la especificación de efectos interactivos entre incentivos de carácter individual y sistémico. La participación política en una democracia es fundamental, como señalan diversos autores, mas no puede esa participación ser restricta a la hora del voto, como prescribe, por ejemplo, el modelo elitista de Schumpeter (la democracia como mercado). La participación política debe asegurar una relación establecida, como ya he referido arriba, a través de una vía de mano doble. El ciudadano hay que saber que elegir gobierno le garante la capacidad de respuesta del gobierno a las demandas de la ciudadanía y el interés gubernamental por los asuntos de los gobernados.

Muchas son las formas que abordan el problema o que consideran las variables que influyen en el abstencionismo. En su trabajo, Anduiza Perea hace una abordaje amplia en la cual considera, tiendo en cuenta que la participación electoral es una acción individual, las teorías los factores sociales, los factores políticos, los incentivos individuales (relativos a los recursos) y hasta el voto obligatorio. Lo que perdura, con todo, es que mismo las variables más constantes en cualquier nivel de aproximación del problema pueden asumir importancia ocasional en determinadas circunstancias electorales. Además de los factores sociales y políticos ya alineados, diversos son las circunstancias ocasionales que pueden estimular o desalentar la participación electoral, configurando una variación la cual podemos llamar de elección de bajos o altos estímulos:

  • Diferencias en la cobertura de las elecciones por parte de los medios de comunicación.
  • Importancia del cargo que se elige.
  • Importancia que tienen los temas que se discuten y manifiestan en la campaña.
  • Lo atrayente que puede ser el candidato.
  • La competitividad de la elección.
  • Situaciones de grandes amenazas, conflictos o rompimientos que abren espacio para grandes cambios
Ahora bien, en el intento sólo de ilustrar la comprensión del tema abordaremos parte de uno estudio comparativo realizado en dos periodos electorales en México (1994 y 1997), en lo que se analizó la abstención y su correlación con las principales variables sociodemográficas. Los datos son del Instituto Federal Electoral (www.ife.org.mx). Los dos cuadros abajo muestran los efectos de la competitividad al disminuir el abstencionismo en la población con escolaridad alta. Por el contrario, se observó que el voto rural es más abstencionista, con menos votos para la oposición. El detallado análisis aplicado comprobó la hipótesis de que la abstención podría tener uno de sus orígenes en la baja oferta política que atrajera el interés de los electores, generando abstencionismo. La competitividad de la elección influye sobre el ánimo del electorado aumentando su participación, como lo demuestran las correlaciones entre la abstención y los votos por la oposición en 1994 y en 1997.
La variable escolaridad demuestra que cuanto mayor escolaridad menor abstencionismo y viceversa (a menor escolaridad, mayor abstencionismo). Sobre todo en la elección de 1994, donde se observa una serie de correlaciones significativas en la población con estudios de posprimaria, educación secundaria terminada y educación postmedia básica completa. En este mismo comportamiento se encuentra la población alfabeta, aunque su correlación con el abstencionismo es significativa sólo para 1994. En forma coherente con los anteriores resultados, se observó que la correlación entre abstencionismo y población sin instrucción (para 1994 y 1997), es positiva.

Cuadro 1

Escolaridad y sus correlaciones con abstencionismo, votos por la oposición y votos por el PRI

Abstención
Votos por la oposición
Votos por el PRI
1994
1997
1994
1997
1994
1997
Población alfabeta
-0.5075
n.s.
0.5674
0.6177
n.s.
n.s.
Población sin instrucción
0.5336
0.503
-0.5465
-0.6347
n.s.
n.s.
Población con instrucción postprimaria
-0.5409
n.s.
0.7003
0.7029
-0.6421
-0.5251
Población con instrucción secundaria terminada
-0.5173
n.s.
0.6085
0.5937
-0.5539
n.s.
Población con instrucción postmedia básica
-0.5109
n.s.
0.6759
0.6578
-0.6274
n.s.
n.s.: no significativa.
Los datos muestran aun una concordancia entre ruralidad y abstencionismo: los distritos abstencionistas son más rurales y viceversa, los distritos menos abstencionistas son más urbanos. Una vez más, estas variables al cruzarse con la votación por la oposición se hacen más significativas. Lo mismo sucede con la votación por el PRI, pero en menor grado. Ello nos indica que los distritos más rurales son más abstencionistas y votan más por el PRI. Al contrario, los distritos más urbanos son menos abstencionistas y votan más por la oposición.

Cuadro 2

Ruralidad, urbanidad y sus correlaciones con abstencionismo, votos por la oposición y votos por el PRI

Abstención
Votos por la oposición
Votos por el PRI
1994
1997
1994
1997
1994
1997
Ruralidad del distrito
0.5694
n.s.
-0.7131
-0.6784
0.6510
0.5051
Urbanidad del distrito
-0.6100
n.s.
0.7199
0.7155
-0.6551
-0.5257
n.s.: no significativa

III.5. Guerra, terrorismo y elecciones: incidencia electoral de los atentados islamitas en Madrid (Narciso Michavila): El autor analiza, a la luz de nuevos datos, la incidencia de los atentados del 11 de marzo del 2004 en las elecciones que se celebrarían tres días después en España, y la que ha sido objeto de todo tipo de especulaciones, con el objetivo de contrastar las hipótesis que, por largo tiempo, han pretendido explicar un resultado electoral inesperado. Otro estudio, aunque restricto a la región de Andalucía, fue desarrollado por  Juan Montabes y Carmen Ortega, en el intento de identificar las bases sociales y políticas del comportamiento electoral de los andaluces en el mismo episodio,

El estudio realizado por Narciso Michavila muestra una evolución del terrorismo en España, del papel de los medios de comunicación y desarrolla un análisis comparativo en la pretensión de aportar datos que permitan determinar el sentido y magnitud de la incidencia electoral de los atentados. Fueran evaluados las encuestas preelectorales y postelectorales publicadas y los microdatos de la encuesta postelectoral del Centro de Investigaciones Sociológicas (CIS), estudiado la solicitud del voto por correo de residetes (CER) como predictor de la participación, los resultados del voto ausente (CERA) y la evolución histórica del voto. Michavila trabaja su investigación, en la cual acusa el uso de diversas herramientas, en explicaciones agrupadas en cuatro hipótesis: (1) deseo latente de cambio de gobierno, (2) conmoción producida por los atentados, (3) castigo al gobierno por su posición en la guerra de Irak, y (4) manipulación informativa e una doble vertiente, del gobierno y contra el gobierno.

La otra investigación, sobre las eyecciones autonómicas andaluzas del 14 de marzo del 2004, Juan Montabes y Carmen Ortega trabajan tiendo como foco principal el análisis del comportamiento electoral en dichas elecciones en el contexto de la evolución electoral de Andalucía en el período 1977-2004. Los investigadores ejercitan aproximaciones en el intento de explicar el comportamiento de los votantes, utilizando los modelos sociológicos, de identificación partidaria y de la elección racional, actuando de forma más consecuente en la apreciación de los aspectos socio-coyunturales como el liderazgo, las valoraciones de la situación económica y de la gestión de gobierno sobre la decisión del voto.

De cualquier forma, no se puede hacer una apreciación comparativa cuanto a los dos resultados investigativos del mismo evento, pese a que guarden más semejanzas que diferencias, por cuanto son resultados de diferentes universos muéstrales El primer estudio no considera los factores sociales, coyunturales y sicológicos de la participación político-electoral, limitándose al cotejamiento de la evolución del comportamiento electoral de los españoles, tiendo e vista las cuatro hipótesis explicativas formuladas. La conclusión de la investigación de las elecciones en España Confirma la sospecha de la mayoría de los españoles de que los atentados de Madrid tuvieron una incidencia decisiva en las elecciones de tres días después, y que aún siendo pequeña fue en términos porcentuales, fue determinante para cambiar el resultado final a favor del PSOE. Respecto a las cuatro hipótesis formuladas, que no son excluyentes sino complementarias, las tres primeras –deseo latente de cambio, conmoción por los atentados y castigo por la participación en la guerra de Irak- fueran consideradas ciertas y necesarias para el cambio electoral, en cuanto que la cuarta hipótesis funcionó  como un refuerzo del proceso, o sea, la conmoción por los atentados activó el rechazo a la posición del Gobierno español en la guerra de Irak, y este rechazo activó el deseo latente de cambio de un segmento determinante del electorado.

Del otro lado, la investigación del comportamiento electoral de los andaluces tras los atentados del 11 de marzo del 2004, presenta la conclusión que, a pesar del contexto pre-electoral sin precedentes, la incidencia de los atentados tuvo un efecto moderado sobre el comportamiento del elector de Andalucía. Es decir, los electores, en su mayoría habían decidido acudir o no a votar, y en caso afirmativo a qué partido votar con bastante anterioridad al inicio de la campaña electoral y sin que los atentados modificasen la decisión adoptada hacía tiempo. El estudio de Juan Montabes e Carmen Ortega apuntan, en su conclusión que en el caso de Andalucía no se produjo en vuelco electoral en consecuencia de los ataques terroristas, sino que por el contrario, los andaluces reafirmaron su decisión de otorgar un apoyo mayoritario al partido que tradicionalmente había ocupado una posición predominante en el sistema político andaluz. En el marco de las condicionantes socio-culturales del comportamiento electoral, los andaluces votan al partido (PSOE) no por lo que hace, por los candidatos que presenta a la elección o por la situación política del momento sino por el partido que tradicionalmente se sienten vinculados y al que tradicionalmente otorgan su mandato.

Es bien posible que situación de identificación partidista como la de la región andaluz no se repita en ninguna otra región de España. Considero, todavía, pese a imposibilidad comparativa derivada del universo investigado, que ciertamente no se verificó en toda España el denominado vuelco electoral en consecuencia de los atentados. La conmoción generada encendió en un porcentual moderado de los electores ya decididos adredemente a no comparecer a las urnas o a anular su voto o aún a los indecisos a tomaren una posición positiva favorable al PSOE. De todo modo, entiendo que las investigaciones están perjudicadas por el hecho de no haber sido realizada una encuesta nacional pronto después de los atentados, pese a la prohibición. Las encuestas realizadas postelectoral son susceptibles de influencias por las opiniones difundidas exhaustivamente por los medios de comunicación.  Hay aún a considerar que el PSOE hacia un camino ascendiente en la víspera de los atentados. Y quien hace una trayectoria de crecimiento en cualquier momento de virada por el choque produce un rompimiento epistemológico lo que acentúa la propensión del crecimiento. Es un comportamiento psicológico natural de situaciones emulativas.

IV. Reflexiones conclusivas

En las reflexiones finales, no hay como negar que en los últimos 25 años, la cultura cívica haya sufrido cambios importantes derivados de la actitud de los ciudadanos en las sociedades democráticas que han adoptado concepciones y comportamientos más pragmáticas e instrumentales frente a la política. Sin embargo, los grandes cambios que han venido ocurriendo y la valoración universal que ha adquirido la democracia, han hecho que uno de los grandes retos siga siendo definir cuáles son los factores culturales que se asocian positivamente con instituciones democráticas instituidas. Y eso ha provocado indudablemente una renovación del interés por comprender las formas en que están asociadas cultura y estructura políticas, y ya no solamente desde la óptica clásica de la permanencia de un sistema político, sino de las posibilidades del cambio.

Los aportes científicos dejan claro, casi como uno acuerdo generalizado en cuanto a que los códigos valorativos se modifican muy lentamente, no acompañando el ritmo frenético cambiante de las estructuras políticas, lo que puede significar paradójicamente un freno y el equilibrio del ímpetu de desarrollo de una sociedad. No cabe dudar que el modernismo del alto nivel de industrialización y desarrollo económico, que son los marcos de una sociedad estable, han debilitado las tradiciones, y de que los niveles altos de vida pueden incrementar la confianza interpersonal que es un componente de la cultura democrática. También se ha probado que los niveles elevados de escolaridad y un mayor acceso a la información son elementos que impulsan la participación política de los ciudadanos. Estudiosos del tema, como Inglehart, han realizado trabajos empíricos sobre cultura política en diferentes naciones desarrolladas del mundo occidental, que han demostrado que el desarrollo económico por sí mismo no necesariamente conduce a la democracia; solamente puede hacerlo si lleva consigo, en forma paralela, cambios en la estructura social y en la cultura política[8]

Es más, Inglehart sostiene que la cultura no es una simple expresión derivada de las estructuras económicas, sino que es un conjunto de elementos con autonomía suficiente como para poder contribuir a conformar elementos económicos y no solamente a ser conformada por éstos. De tal manera, y desde esta óptica, la cultura política es más bien una variable decisiva ligada al desarrollo económico y a la democracia moderna. Inglehart, abordando la aparición de nuevos actores y nuevas formas de participación política, desarrolló una teoría basada en el modelo de “la jerarquía de las necesidades”. De acuerdo con ella, el hombre tiene necesidades prioritarias que satisfacer y, en ese caso, no se plantea sino cubrir necesidades elementales de orden psicológico. A esto le denomina valores materialistas. En cambio, cuando tiene garantizadas su seguridad y su subsistencia descubre necesidades de otro orden, como la pertenencia a un grupo, la realización de sí mismo, la satisfacción de intereses intelectuales o estéticos, es decir, reivindica valores posmaterialistas.

Del mismo modo como ocurrió después de la Segunda Guerra Mundial cuando las sociedades industrializadas avanzadas conocieron una época de prosperidad y paz sin precedente que les hizo desplazar a un segundo nivel las exigencias económicas y favorecer el desarrollo de valores posmaterialistas. Este giro en los valores y aspiraciones explica, según Inglehart, la aparición en los años sesenta y setenta de nuevas banderas políticas la calidad de la vida, la defensa del ambiente, la igualdad de sexos, etc.., y también de nuevos movimientos y formas de organización social y política (movimientos feministas, ecologistas, homosexuales etc.). El problema en eso caso que los cambios de una cultura materialista a una posmaterialista entrañan en los cambios que se sucedieron en el terreno de la economía y de la organización social.

Hay mucho más a considerar en un estudio tan amplio e tan controvertible, principalmente con las puertas abiertas a los cambios vertiginosos del nuevo siglo, lo que impone transformaciones sociales profundas, no sólo en su dimensión interna, sino también en el escenario internacional. Hemos que convivir con un entorno cambiante imponderable que puede generar consecuencias ni siempre progresistas, sino que puede, del mismo modo, significar el retorno a percepciones dogmáticas o fundamentalistas. Lo que nos parece más pertinente es pensar en una tarea combinada en la que se vaya transitando hacia la construcción de estructuras que en la práctica se desempeñen efectivamente como democráticas que se ciñan al derecho, que fomenten el control de la representación ciudadana sobre los actos gubernamentales, que alienten la lucha política institucionalizada como fórmula para dirimir las diferencias y canalizar aspiraciones de poder. Es más, que en camino paralelo y interactivo se vaya inculcando, a través de las instituciones socializadoras (familia, escuela, medios de comunicación), las bondades de la cultura cívica (la confianza interpersonal, el reconocimiento del derecho del otro a pensar y vivir de forma diferente, las virtudes de la participación, etcétera), puesto que la persistencia de culturas autoritarias, cerradas y excluyentes en sociedades marcadas, por ejemplo, por la diversidad étnica o religiosa, ha demostrado ser un factor proclive a la confrontación violenta y hasta al estallido de guerras cruentas que parecen negar toda posibilidad de convivencia pacífica.

V. Referencias bibliográficas

01. Almond, G. y Verba, S., La cultura cívica. Estudio sobre la participación política democrática en cinco naciones, Madrid, Fundación Fomento de Estudios Sociales y de Sociología Aplicada, 1970.
02. Anduiza, E. P. y Bosch, A., Comportamiento Político y electoral (2004). Ariel Ciencia Política. 
03. Cardozo de Da Silva, Elsa. 1989. Las Relaciones Internacionales y Nuestros Mapas Superpuestos. Caracas, Venezuela: Colección Papeles de Trabajo, Postgrado de Estudios Internacionales UCV, y La Multifacética Globalización. Diario Economía Hoy Septiembre 11: 10-11.
04. Dahl, R. A., La poliarquía. Participación y oposición, Madrid, Tecnos, 1989.
05. Fukuyama, F., 1992. El Fin de la Historia y el Ultimo Hombre. Barcelona, España: Editorial Planeta.
06. Giddens, A. 1990. The Consequenses of Modernity. Cambridge, MA: Polity Press.
07. Held, David. 1997. La Democracia y el Orden Global: Del Estado Moderno al Gobierno Cosmopolita. Buenos Aires, Argentina:Ediciones Paidos Ibérica.
08. Ibarra, P. y Martí, S., en el texto Los movimientos antiglobalización. La consulta social para la abolición de la deuda externa.
09. Inglehart, A., The Silent Revolution: Changing Values and Political Styles among Western Publics, Princeton Univesity Press; y "The Renaissance of Poltical Culture", en American Political Science Review, vol. 4, diciembre de 1988, pp. 1203-1230.
10. Keller, Alfredo. 1991. "Fundamentos de la Cultura Democrática". P. 113 en América Latina: Tradición y Modernidad, editado por Joseph Thesing. Bonn, Alemania: Konrad Adenauer Stiftung.
11. Lechner, N., Los Patios Interiores de la Democracia. Subjetividad y política (FLACSO Santiago de Chile, 1988).
12. Mato, Daniel. 1994. "Procesos de Construcción de Identidades Trasnacionales en América Latina en Tiempos de Globalización". P. 251 en Teoría y Política de la Construcción de Identidades y Diferencias en América Latina y el Caribe, editado por Daniel Mato et al. Caracas, Venezuela: Editorial Nueva Sociedad.
13. Nie, N. H. y Sidney Verba, Participation in America, Nueva York, llarper and Row, 1972.
14. Oakeshott, Michael. 1993. Morality and Politics in Modern Europe. New Haven, USA: Yale University Press.
15. Pye, L. y Sidney Verba, Political Culture and Poliiical Developrnent, Princeton University Press, 1965.
16. Perina, Rubén. 1996. "El Papel de la OEA en la Promoción de la Democracia" P. 250. En Hacia la Promoción de la Democracia en Venezuela y en América Latina. Caracas, Venezuela: Fundación Konrad Adenauer.
17. Romero, María Teresa. 1995. "Liderazgos y Agrupaciones Políticas Emergentes en el Actual Escenario Político". P. 158-172 en Dirigentes Jovenes: Rol y Perspectivas de los Partidos Políticos en el Siglo XX. Caracas, Venezuela: Fundación Konrad Adenauer.
18. Somers, M. R., en el artículo ¿Qué hay e político o de cultural en la cultura política y en la esfera pública? (Zona Abierta, 77/78 – 1996/97).
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[1] Véase más en Pedro Ibarra y Salvador Martí, en el texto Los movimientos antiglobalización. La consulta social para la abolición de la deuda externa. Los autores distinguen, siguiendo Ulrich Beck (1988), tres tipos de conceptos: globalización, globalidad y globalismo.
[2] Al respecto, véase más en Somers, M. R., que desarrolla dos artículos para analizar el entramado conceptual de la cultura política en su relación con la política e con lo público (Zona Abierta, 77/78 – 1996/97).
[3] Al respecto, además del texto La cultura política en Diez textos básicos de ciencia política, véase más en Gabriel Almond y Sydney Verba, La cultura cívica. Estudio sobre la participación política democrática en cinco naciones, Madrid, Fundación Fomento de Estudios Sociales y de Sociología Aplicada, 1970.
[4] Al respecto, véase más en Norbert Lechner, Los Patios Interiores de la Democracia. Subjetividad y política (FLACSO Santiago de Chile, 1988).
[5] Al respecto léase más en Eva Anduiza y Agustí Bosch – Comportamiento Político y electoral (2004). Ariel Ciencia Política.
[6] Al respecto, léase más en Dahl, Robert, La poliarquía. Participación y oposición, Madrid, Tecnos, 1989. Colección de Ciencias Sociales.
[7] Powel (1982:201, Dittrich y Johansen (1983(), cita de Anduiza Perea.
[8] Al respecto, véase más en Ronald Inglehart, The Silent Revolution: Changing Values and Political Styles among Western Publics, Princeton University Press; y "The Renaissance of Political Culture", en American Political Science Review, vol. 4, diciembre de 1988, pp. 1203-1230.



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A CRISE POLÍTICA BRASILEIRA

Erivelto de Sousa*


PROTESTOS DE RUA, UM TSUNAMI PARA PURIFICAR UM SISTEMA POLÍTICO, ALIMENTADOS PELA HORIZONTALIDADE TECNOLÓGICA QUE FORMATOU UM NOVO EXTRATO SOCIAL, SEM INTERMEDIAÇÃO E HIERARQUIA.
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RESUMO: As recentes ondas de protestos que invadiram as ruas do Brasil, enlameou palácios governamentais, legislativos e mesmo judiciários e sedes partidárias, derrubando como uma tsunami altas avaliações positivas e popularidades. De imediato, sociólogos e cientistas políticos apareceram no conturbado cenário nacional para apregoar a falência o modelo de democracia representativa. E esta assertiva que vamos analisar, a partir de abordagens dos sistemas de partidos e eleitoral, tomando como referencial textos de Maurice Duverger, Sartori, principalmente. Com base nas linhas analíticas dos dois autores vamos abordar que a crise é produto do desgaste dos partidos, sustentáculos da democracia moderna, alimentado pelo modelo inapropriado de sistema eleitoral, que gerou uma representação política, regra geral, voltada para interesses de preservação mais do que os de intermediação com o povo, gerando a revolta silenciosa e a indignação do povo. Tudo isso, junto ao ingrediente da horizontalidade tecnológica, avessa a intermediação e hierarquia, foi o amálgama que fez explodir os protestos de rua, tornando explícitas as rupturas com os políticos, com os grandes partidos, principalmente, ressaltando crises identitárias e o consequente enfraquecimento deles dentro da arena política e eleitoral.

PALAVRAS-CHAVE: Partidos políticos, eleições, sistemas partidário e eleitoral, protestos, instituições políticas.
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ABSTRACT: The recent wave of protests that have invaded the streets of Brazil, played slurry palaces of government, legislative and even judiciary and party headquarters, toppling like a tsunami positive reviews and high popularities. Immediately, sociologists and political scientists appeared on the national scene for troubled proclaim bankruptcy model of representative democracy. And this assertion we analyze, from approaches of parties and electoral systems, taking as a reference texts of the Maurice Duverger, Sartori, mostly. Based on the analytical lines of the two authors we address that crisis is the product of party wear, pillars of modern democracy, fueled by inappropriate model of electoral system, which generated a political representation generally geared towards the interests of preserving more than the intermediary with the people, generating silent revolt and indignation of the people. This, along with the ingredient of horizontal technological averse brokerage and hierarchy, was the glue that blew street protests, making explicit the breaks with politicians, with the major parties, mainly emphasizing identity crises and the consequent weakening them in the political and electoral arena. 

KEYWORDS: Political parties, elections, party systems and electoral protests, political institutions.
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RESUMEN: La reciente ola de protestas que han invadido las calles de Brasil, enlamó palacios de gobierno, sede legislativa e incluso judicial y las sedes de los partidos, derribando como un tsunami críticas positivas y altas popularidades. Inmediatamente, los sociólogos y politólogos aparecieron en la conturbada escena nacional para proclamar la bancarrota del modelo de la democracia representativa. Y esa afirmación se analiza, desde planteamientos de los partidos y sistemas electorales, tomando como referencia los textos de Maurice Duverger, Sartori, en su mayoría. Con base en las líneas de análisis de los dos autores abordamos que esa crisis es el producto del desgaste de los partido, los pilares de la democracia moderna, alimentadas por el modelo inadecuado de sistema electoral, lo que generó una representación política general orientada hacia los intereses más de la preservación de que de la intermediación con el pueblo, generando una revuelta silenciosa y la indignación de la gente. Esto, junto con el ingrediente de la horizontalidad tecnológico, aviesa a la intermediación y la jerarquía, fue el amalgama que hizo detonar las protestas de las calles, haciendo explícitas las rupturas con los políticos, con los grandes partidos, destacando principalmente las crisis de identidad y el consiguiente debilitamiento de la arena política y electoral.
PALABRAS CLAVE: Los partidos políticos, las elecciones, los sistemas de partidos y electorales, las instituciones políticas.
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* Erivelto de Sousa é jornalista com especialidade em marketing político e eleitoral e publicidade e propaganda. É doutor em Ciência Política.
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O DESCASO COM A ÉTICA

Um parente afim sempre que me encontra repete sua frase predileta sobre os percalços da política que inundam os jornais eletrônicos (impresso não é o caso porque ele não é chegado à leitura): “...viu aí? É tudo a mesma coisa. Os presidentes do Senado e da Câmara Federal usam o avião da FAB e o governador do Rio o avião e o helicóptero”. É mesmo tudo igual!” O pior é que, na resultante final, parece mesmo. Com raras exceções, todos gostam de benesses, sejam públicas ou privadas. De Henrique Alves (PMDB-RN), um ilustre desconhecido colocado pelo PT e PMDB para presidir a Câmara, a gente não esperava a afoiteza de pedir um avião da FAB para ir, com a família e amigos, a final da Copa das Confederações no Maracanã. Do governador do Rio, Sérgio Cabral (PMDB-RJ), que usa o helicóptero para atender o filho surfista, e de Renan Calheiros (PMDB-AL), presidente do Senado, não há surpresa. São velhos usuários do alheio público e privado. Cabral usa o avião e o helicóptero do governo costumeiramente para atender a família e amigos em viagens à casa de praia. Renan já renunciou ao mesmo cargo que hoje ocupa porque pegava dinheiro de um lobista da construtora Mendes Júnior para pagar pensão de uma filha que teve fora do casamento. Inicialmente, ele tentou dar uma de “gostosão”: “uso porque o decreto 4244/2002 me dá esse direito como presidente de um poder. Estava em compromisso oficial”. O referido e frouxo decreto diz que os “aviões da FAB podem ser requisitados quando houver motivo de segurança e emergência médica, em viagens a serviço e deslocamentos para o local de residência permanente". Renan usou o avião para ir a um casamento e deve ter sido alertado de que estava confundindo compromisso social com oficial. Só então baixou o tom, admitiu o erro e prometeu restituir o dinheiro ao poder público.

É fato. Vivemos uma crise política e, embora não haja uma relação direta, estamos sendo acossados também por uma crise econômica. E não há respostas rápidas e eficazes nos dois casos. Desgraçadamente, a frustração só tem aumentado, ainda que agora, como resultante dos protestos de rua, estejamos vivenciando uma trégua. Mas, é inescapável que temos uma presidenta fraca, perdida, que não sabe como agir e nem tem pulso para tomar medidas duras contra a própria estrutura do governo, o que lhe cacifaria para exigir – com apoio do povo das ruas – que os outros poderes a seguissem. Vivemos há muito com um Congresso volúvel, que só atua no balcão de negócios, dirigido, em suas duas casas, por oportunistas e espertos políticos, viciados em usar e abusar dos bens públicos e em receber benesses do setor privado. A tudo assiste o Judiciário (incluindo, para ficar claro, os tribunais eleitorais e trabalhistas – na União e nos Estados), soltando leves pitacos, mas igualmente deitado no berço esplendido das mordomias. Todos receberam, bem recentemente, um atrasado milionário de ajuda de moradia e outras. As entidades de classe do Judiciário conseguiram até aprovar a PEC 73 (ainda que o presidente do STF, Joaquim Barbosa, tenha se manifestado contra. Também foi contra o atrasado, mas recebeu), criando mais quatro tribunais federais – Paraná, Minas Gerais, Bahia e Amazonas – a um custo de R$ 922 milhões/ano (afora a despesa de construção das sedes), o que, conforme o próprio presidente do STF e o IPEA, só irá reproduzir ou multiplicar a ineficiência atual.

Dos governos estaduais e prefeituras também não se espera muito. Aqui, acolá uma boa e planejada administração, mas, regra geral, não é muito diferente do que acontece nos outros poderes. No Ceará, o governador Cid Gomes (PSB), que faz uma administração de muitas obras, mas de pouco diálogo, e ruim na transparência e na segurança pública, deixou o foco da crise e se mandou para a Itália com a desculpa de ver alguns contratos para o combate à seca. Nunca esperaram as elites dominantes, nas três esferas de poder, que fossem explodir agora esses protestos de insatisfação popular tipicamente de classe média. O sociólogo Fernando Henrique Cardoso (PSDB), agora imortal da ABL, tendo o nefasto José Sarney (PMDB) como companheiro, sabe muito bem que o equilíbrio é o meio. Nenhuma política se sustenta somente pela satisfação das pontas. Tampouco os times de futebol.

FHC, presidente por dois mandatos, começou um programa social de inclusão, que o esperto e permissivo Lula da Silva (também presidente por dois mandatos) ampliou enormemente e o transformou no assistencialista (Bolsa Família), apenas por interesses eleitorais e nenhum objetivo de resgate ou inclusão social. Como havia comprado fácil e barato a barriga do pessoal catalogado como em miséria extrema, tratou de afagar generosamente a parte mais sensível da elite empresarial e financeira – o bolso. Imaginou, como a maioria dos seus companheiros, que satisfazendo os ricos e dando uma esmola aos pobres paparia o “miolo” com muita facilidade. Não se pode dizer que não deu certo, já que se estende por mais de 10 anos, embora o plano fosse para, no mínimo, 20 anos, como apregoava o líder intelectual do grupo petista, Zé Dirceu, hoje condenado (mensalão) a 10 anos e 10 meses de cadeia. A crise econômica, que persiste indomável, a ambição desmedida e a arrogância do grupo (PT & aliados, nos níveis federal, estadual e municipal) abreviaram – e inesperadamente – o plano de poder, e ameaça encerrá-lo com apenas mais dois anos. Em mais de 500 anos, nunca se viu neste país (parodiando Lula da Silva) uma onda de saques aos cofres públicos tão grande e tão despudorada, e abordada pela elite governante com tanto menosprezo e vulgaridade.

A resultante desse caldo de cultura foi indignação e a revolta manifestadas nas ruas, que teve o efeito de uma tsunami, devastando partidos e nocauteando governantes e líderes políticos detentores do poder, principalmente. Mas ninguém esteve tão alto que tenha passado sem ao menos molhar os pés. Por ironia, a reação foi do grupo que seria comido na moleza: classe média – engordada pelos que a ela ascenderam nos últimos anos, motivo de tanto orgulho e propaganda dos petistas -, que viram patinar seus sonhos de maior ascensão e assistência. A operação rescaldo tem sido rápida em respostas que estavam engavetadas, mas não avança em alguns pontos essenciais, como o enxugamento da máquina (nos três poderes), na reforma política, ainda embananada, e na reforma do judiciário, que hoje considero tão importante quanto a política. O judiciário emudece, enquanto Congresso e Planalto disputam um jogo de empurra para saber quem desce mais fundo no precipício da rejeição, o que não depende de um ou do outro, mas sim das respostas e da sinceridade com que cada um atua, na ação ou reação.

DEMOCRACIA REPRESENTATIVA, MODELO ESGOTADO

E os sociólogos e cientistas políticos de plantão, daqui e alhures, já colocaram a colher no angu para dizer que a culpa é do esgotamento do modelo de democracia representativa. Só repetem a velha cantilena da esquerda histórica, mas repassada em cacoetes para a atual, de que tudo decorre do esgotamento do modelo democrático representativo. Trata-se de uma obsessão das organizações consideradas de esquerda, como assinalam alguns estudiosos do tema, como Duverger, ainda hoje inconformadas com o desfecho desfavorável da busca de uma alternativa representada pelo modelo soviético (o denominado sistema cooptativo). Entende que a expressão “governo do povo pelo povo” conduz a um ideal que jamais encontrará correspondente na realidade. Propõe que seja substituída pelo seguinte: “governo do povo por uma elite saída do povo”. É a cara do Lula, do Zé Dirceu e daquela tendenciosa intelectual Marilena Chaui, não? Mas, felizmente, no Brasil, a insistência na alternativa do fracassado modelo soviético terminou em cadeia para parte do grupo que tentava colocá-lo em prática, através do esquema cooptativo chamado “mensalão”[1], e quase derruba o governo Lula no primeiro quadriênio. Faltou coragem à oposição, que julgou ser mais fácil enfrentar um presidente desgastado. Não levou em conta o suborno eleitoral dos pobres (Bolsa Família), maior contingente eleitoral.

O sociólogo espanhol Manuel Castells, que recentemente esteve pelo Brasil, requentou o chavão do esgotamento da democracia representativa. Não acertou no diagnóstico, mas bateu com precisão na doença. Os problemas com a democracia representativa são decorrentes dos sistemas de partido e eleitoral brasileiro, condicionados pelos traços culturais e ultrapassado pela proximidade e instanteineidade das mídias sociais. É este o foco que deve prevalecer na reforma política – se, de uma forma ou de outra, acontecer. Não há nada de novo no ar, a não ser os milhões de impulsos das mídias sociais. A crise não é do sistema representativo e sim dos partidos e do sistema eleitoral, afervorados pelas dimensões continentais/populacionais do Brasil, pelos traços culturais e superado pela espantosa interatividade das mídias sociais. É um discurso que já apareceu, e ganhou notoriedade, no surgimento da TV. Lembro que li textos e ouvi discursos de que a TV tomara a intermediação dos partidos com o cidadão. Um discurso que os mais antigos ouviram na implantação do rádio, nos anos (19)20, quando a aldeia globaleletrônica deu seus primeiros passos, conforme a teoria de Mcluhan[2], surgida em meados dos anos 60[3] do século passado.

O rádio e a TV, principalmente, designados como meios frios, ainda que já tenham sido ou que possam ser ocasionalmente quentes[4],perdem terreno para o multiverso de mídia que fervilha na Internet. Trata-se de um meio que elimina definitivamente as barreiras de tempo e espaço e – usando, a terminologia de Mcluhan, mesmo que só como uma alegoria, por sua incompletude–, se configura comogelado. Vai muito além de uma maior participação do imaginário (envolvimento emocional e prazer). O usuário da mídia Internet (mídias sociais, como é o caso) é, ao mesmo tempo receptor e emissor de conteúdo, sem limite de tempo e espaço – e não só receptor de programação como no caso do rádio e da TV. E aqui reside a dificuldade do político, dos partidos, do governo, do candidato, do anunciante com ela se relacionar, pois se trata de um meio que não admite intermediação e tem vontade própria. O jornalista e escritor espanhol Juan Luis Cebrián, fundador e hoje diretor do jornal El País e autor de livros como ‘O Pianista no Bordel’, ‘La Rusa’ e ‘La Isla del Viento’, disse, em uma de suas entrevistas no Brasil, que, no fundo, “a internet é um fenômeno de desintermediação”. E deixa uma indagação instigante: que futuro aguarda os meios de comunicação, assim como os partidos políticos e os sindicatos, num mundo desintermediado?

Em termos de comunicação, quer se queira ou não, já há algum tempo fomos arremessado direto da Revolução Industrial no intrincado mundo da Revolução Digital e ainda estamos tateando para, ao menos, entender esse universo que nos domina e nos expõe perigosamente. Reputações podem virar pó da noite para o dia, assim como podem surgir celebridades. São fenômenos típicos de um mundo sem hierarquias, como o da internet, explica Cebrián. É um confronto aberto com tudo aquilo que percebemos, acostumados “ao mundo piramidal, com instituições fortes, o Estado, a Igreja, os partidos, enfim, com ordem estabelecida. Agora, temos que nos achar nessa imensa rede onde todos mandam e ninguém obedece”.

A DEMOCRACIA É CONFLITUOSA

Uma democracia pode ser estável, mas nunca deixará de navegar em mares conflituosos. Ela é permanente ameaçada até pelos sistemas que a defendem, como diz Cebrián. “Nunca poderemos dizer que conseguimos um sistema de liberdade plena, e que está tudo feito, quando sempre há tudo por fazer”. O jornalista diz ainda que a democracia não é uma ideologia, mas um método”. Disputas entre governantes, parlamentos, juízes, partidos e meios de comunicação também podem parecer instabilidade, ou esgotamento do modelo, mas fazem parte dos aspectos formais da democracia. É imanente, ou, salutarmente, deveria ser, que os meios de comunicação tendam a ter, sempre, uma relação conflituosa com o poder. E exatamente porque são parte dele. O editor do El País afirma sem censura e com propriedade que não existe essa história de o jornalismo ser o ‘quarto poder’. “Nós, jornalistas, pertencemos ao establishment desde que se fundou o jornalismo moderno. E os meios de comunicação compõem a institucionalidade de democracia representativa. Somos parte dessa estrutura, para o bem e para o mal. O que está mudando é o exercício do poder, e os partidos são massacrados pelos avanços, o que faz com que muitos acabem acusando uma crise, que é deles, porquanto só manifestam preocupação com a manutenção do “status quo” e não buscam sintonia partidária e eleitoral com sociedade mutante. É nesse ponto que, depois de errar no diagnostico, Castells se reencontra quando afirma que as novas formas de manifestações –autoconvocadas e articuladas através das redes sociais –demandam uma nova forma de participação dos cidadãos nos processos de decisão do Estado. Hoje há pressões, reconhece Juan Cebrián, para que se adote a democracia direta, feita de consultas, plebiscitos, enquetes online, e tudo isso é muito complicado.

Não deixamos, apesar de tudo que já nos desafia nesse multiverso midiático, de rever processos de radicalização das ideias políticas, que afeta o jornalismo, como é exemplo o alinhamento do canal FOX com os republicanos para fazer oposição a Barack Obama. Pode até parecer inusitado, mas, por aí afora, o envolvimento da imprensa com a política é mais comum do que se imagina. O que é novo mesmo é a instantaneidade, a globalidade e a capacidade de transmissão de dados que, por si só, configura um poder fabuloso. Lembra da primeiro campanha de Obama, principalmente? Muito se falou que as mídias sociais foram as grandes alavancas da vitória. E parece que foi mesmo, pelos números. Do início ao fim, circularam pela web algo como 180 milhões de vídeos sobre os candidatos Obama e McCain, mas apenas 20 milhões haviam saído dos partidos Democrata e Republicano. As próprias organizações políticas foram ultrapassadas pela movimentação dos cidadãos na Internet. Você sabe como ordenador tudo Isso? Eu não tenho ideia.


DEMOCRACIA DE PARTIDOS

São os partidos[5] –e não os políticos isoladamente– que deveriam fazer a intermediação com os entes representados. Mas você recorda que nos movimentos recentes no Brasil os partidos eram repelidos – porque não existe sintonia. Os manifestantes e suas redes de contatos na Internet estão muito na frente dos partidos. Aí está a essência da crise, o que também não é novo. No tempo em que ainda não haviam a globalidade e a instantaneidade das mídias sociais na Internet, Maurice Duverger[6] e Max Weber[7], já previam a crise no relacionamento representante/representado. Weber defendia que a tese é a de que “a democracia moderna é uma democracia de partidos”, mas não é nada fácil, pelas circunstâncias intervenientes no processo, como explica Weber: “A democracia se define como a participação efetiva na formação da chamada vontade governamental e na determinação das políticas públicas, através da representação. E a identificação entre representantes e representados não é, de modo algum, automática. Na aproximação entre esses dois agentes, o sistema eleitoral[8] exerce um papel substancial. É a partir dessa chave que se pode distinguir os grandes partidos democráticos do Ocidente das organizações ideológicas[9]. E, nesse caminho, conforme Duverger, importam muito, também, tanto as dimensões dos países como as respectivas tradições culturais.Cita que a Suíça não aparece como um exemplo convincente desse ou daquele modelo, porquanto, nas condições do país, qualquer sistema funcionaria, desde que não violasse o direito participativo a que a comunidade está afeiçoada.

Mesmo tomando-se isoladamente as nações mais populosas, onde a adequação do sistema representativo é de fato testada, há traços culturais que estabelecem distinções essenciais. Mas, embora a estabilidade política seja um valor fundamental para todas as sociedade, ela não atua de modo equivalente em países como a França ou a Itália[10]. Não concordamos, portanto, a declaração de Manuel Castells de que os movimentos de rua provam que “o atual modelo que entendemos como democrático está esgotado”. Não é a democracia que está esgota, ainda que em constante conflito em seus próprios mecanismos de sustentação. A ameaça que paira é sobre a configuração burocrática, organizacional lenta atrasada desses mecanismos de sustentação democrática, que são os sistemas de partido e eleitoral. Como sempre acontece, a sociedade avançou na frente dessas instituições burocráticas, que perderam, em função permanente direcionamento ao mundo umbilical na busca de garantir o “status quo”, a sintonia com o novo mundo sem fronteiras e sem as hierarquias a que estavam condicionados.

Há muitos questionamento sobre a análise dos partidos e as condicionantes do sistema eleitoral, conforme formular Maurice Duverger e Giovanni Sartori, mas não podemos esconder que vivemos há muito tempo com um modelo eleitoral cansado e visivelmente ultrapassado pelo pulsar da nova sociedade globalizada e instantânea. O sistema eleitoral de lista aberta e voto por candidato individual para eleições proporcionais deixa o partido sem papel, pois o que predomina são os candidatos, pois cabe a eles, com exceções, é claro, a tarefa de juntar votos e de convencer os eleitores de suas qualidades pessoais (Marenco, 1997 e Mainwaring, 1991), o que resultou no personalismo e no contrato pecuniário, que rompeu de vez com o pacto democrático da representatividade, abrindo espaço unilateral para o balcão de negócio, o tráfico de influência, o descarado desfrute e a incontrolada corrupção, muitas vezes justificada –como no caso do mensalão– com chacota e menosprezo. Se o eleitor passou a ser apenas uma lembrança no dia do voto, mesmo que pecuniária, sem mais qualquer papel no processo, restou-lhe apenas um crescente desinteresse e um consequente alheamento da política. Mas não ficou só nisso. Um colchão de frustração e revolta se sedimentava aos poucos no inconsciente coletivo da população mediana, que se movimentava no escalão, ora descendo, ora subindo, mas esbarrava sua trajetória na escorchante carga tributária e via minar a cada dia a eficiência dos serviços públicos, a contrapartida do que ele via sair do seu bolso como tributo.

O amálgama da explosão de revolta estava se formando e o último e vital ingrediente seria a horizontalidade tecnológica caindo direto na panela da horizontalidade social. Já se percebia com clareza em qualquer grotão deste imenso país. Mesmo no abandonado sertão queimado pelo sol causticante se vê o intenso brilho do chapéu das parabólicas, encimando barracos miseráveis. Da mesma forma que sobeja na cintura de transeuntes entorpecidos pela modorra dos diminutos povoados um pequeno aparelho – o celular. É a consciência que chega de longe e de perto, que difunde, inexoravelmente a injustiça das desigualdades, colocando em ebulição as tradições, o desenvolvimento de novos extratos sociais, nascidos da expansão, ainda que sofrível, do sistema educativo, que produz “o amálgama da resistência”. A explosão tempestiva, ainda que inesperada por quem não vê além das seis próprios interesses, ocupou as ruas em gigantescos protestos por todo o Brasil.

Não quiseram entender os mais e menos graduados políticos que eles alimentaram o tsunami que enlameou os palácios governamentais e casas legislativas pelo Brasil, derrubando altas avaliações e aprovações e silenciando até raposas como Lula da Silva, um dos maiores contribuintes desse processo, ainda que responsável pela compra do silêncio de ponderável parcela da população brasileira – a dos ditos miseráveis, que continuam como tal e, pelo modelo, estão recebendo, em módicas parcelas, a sentença de uma condenação de assim permanecerem “ad aeternum”. Um sistema partidário e um sistema eleitoral reformados e mais consentâneo com a contemporaneidade foi sendo adiado, mesmo que não se ignorasse que um sólido sistema partidário, fortalecido por um sistema eleitoral equilibrado, que não fosse favorável, como o atual, a um pernicioso e venal multipartidarismo, seria de fundamental importância para o bom funcionamento das instituições políticas e o aprofundamento da democracia.

Agora, pagam o preço e, lamentavelmente, não só eles – também o país. O reordenamento vai cobrar altas taxas de sacrifício até mesmo daqueles que estão nas ruas. A vigilância deve ser permanente, não se satisfazendo com os notáveis movimentos, que já somar resultados na linha da transparência. Há que entender, os oportunistas principalmente, que não existe mais como esconder a verdade da sociedade – a horizontalidade tecnológica não permite. Da forma como não calaram mais quando do uso do avião da FAB pelos presidentes do Senado e da Câmara, não há mais como esconder os valores dos investimentos em estádios, o valor arrecadado dos impostos, os desperdícios e a roubalheira, mesmo dos mais graduados próceres. Mirem-se no exemplo de Atenas, do Egito, da Turquia, do Iran, da Síria... Doravante, os políticos macunaímicos vão ter que olhar de todos os lados quando tiverem ímpetos de praticar qualquer ato que fira a ética política. É o desconfortável bridão que foi colocado nos dignos representantes democráticos do povo.



[1] Mensalão era um esquema de compra de apoio de parlamentares ao governo com pagamento mensal com dinheiro arrecadado na rede bancária, em troca de favores, e nas próprias instituições governamentais. Era comandado pelo deputado federal José Dirceu (PT), chefe da Casa Civil do Governo Lula da Silva (PT), e a cúpula do Partido dos Trabalhadores – deputado federal José Genoíno, secretário geral Sílvio Pereira e tesoureiro Delúbio Soares. Foi denunciado pelo deputado federal Roberto Jerfferson, presidente do PTB e um dos beneficiários do plano, em 14 de maio de 2005, na revista Veja. Teve seu mandato de deputado federal cassado no dia 30 de novembro de 2005, com 293 votos a favor, 192 contra, 8 abstenções, um branco e um nulo. O Supremo Tribunal Federal acatou a denúncia contra o mensalão 18 meses depois de recebê-la do procurador-geral da República, Antônio Fernando de Sousa. No dia 28 de agosto de 2007, o STF abriu processo contra 40 acusados do mensalão. Após quatro meses e meio, o Supremo Tribunal Federal (STF) concluiu (17/12/2012), após 53 sessões, o julgamento do processo do mensalão. Dos 40 acusados, 38 foram a julgamento; 25 dos réus do processo do mensalão foram condenados, três deles deputados federais.


[2] Herbert Marshall McLuhan foi um educador acadêmico de destaque e um dos grandes teóricos da comunicação. O canadense de Edmonton morreu em 1980, mas deixou uma vasta produção literária: O Meio é a Mensagem, Aldeia Global, Os meios de comunicação como extensões do homem, A Galáxia de Gutenberg e Revolução na Comunicação. Sua teoria sobre a Aldeia Global lhe rendeu muitas críticas, mas com a chegada da Internet sua teoria assumiu áreas proféticos.

[3] O termo Aldeia Global, segundo estudiosos, teria sido citado pela primeira vez pelo escritor P. Wyndham Lewis, na obra America and the Cosmic Mano, publicada na Inglaterra em 1948 e nos Estados Unidos em 1949. Nela Lewis escreve: "Os Estados Unidos são hoje uma designação errada. E dado que a soberania plural é - agora que o mundo se tornou uma grande aldeia global, com linhas de telefone estendidas de um extremo ao outro e o transporte aéreo é rápido e seguro...". Aldeia Global passou a significar o progresso tecnológico, ou seja, a possibilidade de se comunicar diretamente com qualquer pessoa, em qualquer hora, em qualquer parte do mundo.

[4] McLuhan, que desenvolveu tais conceitos das mídias, estabelece um paradoxo: a identificação do receptor com um veículo de comunicação varia na relação inversa da sua eficiência representativa - quanto mais frio for o veículo maior a participação do imaginário (envolvimento emocional e prazer) e, no oposto, quanto mais quente tendencialmente temos um menor envolvimento emocional. Veja mais sobre o nos livros O Meio é a Mensagem e Aldeia Global.

[5] Muitos estudos estudaram os partidos políticos sob diversas perspectivas. O liberalismo clássico de John Locke, Alexis de Tocqueville, Stuart Mill, entre outros, aportaram que os Partidos Políticos são canais de expressão da “opinião pública” e dos “cidadãos” com vistas a influenciar as decisões governamentais. Fazem parte do sistema de “freios e contrapesos” (ou das instituições intermediárias) que visam limitar o papel do Estado em relação ao do indivíduo. A teoria marxista (Marx, Engels, Lênin, Gramsci etc.) diz que os partidos são instituições de representação dos interesses coletivos de agentes/atores distribuídos em classes sociais. Os partidos buscam influenciar o poder de Estado, mas ocupam geralmente uma posição subalterna, na medida em que seus recursos políticos básicos são a influência ideológica na opinião pública e a propaganda política, e não a posse de instrumentos jurídico-normativos ou coercitivos. Pode-se também dizer que os partidos políticos pertencem, em primeiro lugar e, principalmente, aos meios de representação, sendo um instrumento ou uma agência de representação do povo, expressando suas demandas e/ou reivindicações. O governo, por sua vez, torna-se partidário, pois é o partido que passa a governar. Os partidos, segundo Duverger, podem ser de Massa ou de elite. Saiba mais sobre partido político em Duverger ‘Os partidos políticos’.

[6] DUVERGER, Maurice. Os partidos políticos. Rio de Janeiro: Zahar, 1970.

[7] WEBER, Max. Ciência e Política: duas vocações. São Paulo, Cultrix. 1972.

[8] Os maiores estudiosos do tema discutem o que seria mais importante, a origem do partido, como defende Giovanni Sartori (1976) ou o ciclo eleitoral, como defende Downs (1999)? Pode-se dizer que, independente da origem do partido, dentro do ciclo eleitoral o que interessa é o voto, tanto para partidos de elite como para os partidos de massa. Existem diversas abordagens para explicar o desenvolvimento, a evolução e a consolidação dos partidos políticos, sendo que as mais conhecidas são a institucional, a sociológica e a da escolha racional. A abordagem institucional defende que, após a queda do Antigo Regime, após a Revolução Industrial e após a emancipação das colônias europeias na América, apareceram no cenário político europeu os partidos políticos modernos. Mas, que partidos surgiram? Eram quantos partidos? E quais eram as regras do jogo político-institucional? Para responder a esses questionamentos é preciso entender que as regras institucionalizadas tiveram enorme influência sobre a formação dos partidos, como o voto obrigatório ou facultativo, ou se havia ou não fidelidade partidária. Logo, as regras institucionais geram comportamentos partidários e eleitorais diferenciados. O partido, como ator político, joga de acordo com as regras, o que significa que as disputas em torno destas regras são, muitas vezes, mais importantes que as próprias eleições. Se o partido ganha a batalha pelas regras, ele deverá, então, ganhar a disputa eleitoral. Sistemas eleitorais e partidários: as “leis de Duverger”: o sistema majoritário de um só turno tende ao dualismo dos partidos, com alternância de grandes partidos independentes; o sistema majoritário de dois turnos e a um sistema de partidos múltiplos, flexíveis, dependentes e relativamente estáveis; a representação proporcional tendem a um sistema de partidos múltiplos, rígidos, independentes e estáveis. (Duverger, 1987:241)

[9] Duverger, no livro ‘Os partidos Políticos’, já citado, esclarece que para acompanhar a evolução da corrente de opinião com a qual se identifica, a agremiação democrática precisa dispor de um núcleo programático a partir do que pode realizar essa ou aquela aliança. Apoiados nesse núcleo, estruturam-se as assessorias, as publicações, os estudos, enfim tudo aquilo que lhe dá caráter permanente e uma feição perfeitamente definida. Em que pese estivessem unidos no propósito de aprimorar o sistema representativo e contribuir para o engrandecimento nacional, liberais e conservadores, na Inglaterra, do mesmo modo que democratas e republicanos, nos Estados Unidos, nunca se confundiram perante o eleitorado.

[10] Para Duverger a estabilidade política atua de formas diferentes, o que explica em grande medida a emergência e a persistência do autoritarismo. Em países como a França ou a Itália percebe-se com nitidez essas diferenças. A incapacidade do sistema eleitoral francês de permitir a formação de maiorias sólidas, neste pós-guerra, levou até a golpes de Estado, enquanto a Itália convive com essa realidade, talvez pelo fato de que o governo central não tenha ali a mesma magnitude que lhe atribuem as tradições culturais francesas.


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